El retorno de Manuel Zelaya Rosales, expulsado del país, en pijama, tras el golpe militar del 28 de junio de 2009, putch encabezado por Romeo Vásquez, con Roberto Micheleti como monigote, representa un triunfo inobjetable del pueblo hondureño. Tras el golpe de Estado, la comunidad internacional aisló completamente a este régimen, con las pocas excepciones de Panamá al mando de Marticheli, de la Colombia de Uribe –pendiente de que la justicia aclare muchos crímenes durante su gobierno-, del Perú del Aprista renegado Allan García y de la hipocresía de la diplomacia norteamericana que estuvo, ahora lo sabemos con certeza gracias a las filtraciones a través de Wikiles, tras el golpe de Estado.
Sin embargo, el repudio al golpe de Estado y la afirmación de Manuel Zelaya como líder indiscutible del pueblo hondureño, de sus masas explotadas por la falsa democracia de Honduras, lo ejerció el pueblo catracho, aglutinado en torno al Frente Nacional de Resistencia Nacional que fue a las calles, sin fallar un tan solo día, desde el mismo día del golpe, a exigir el retorno del Presidente Zelaya y el castigo contra los golpistas y asesinos de muchísimos hondureños que mostraron su oposición a la ruptura del orden constitucional, más bien a la ruptura de las esperanzas de salir del abismo y de la miseria económica y humana de la mayoría de los hondureños, gracias a los pasos reivindicativos que encabezaba el Presidente Zelaya durante su mandato.
Desde el 28 de junio de 2009 el pueblo estuvo en las calles todos los días, sin excepción, en casi todas las comunidades del país, repudiando el golpe militar traidor y exigiendo el retorno de su Presidente. En Tegucigalpa, sobre todo, las manifestaciones fueron realmente masivas y casi siempre terminaron en enfrentamientos con la policía que invirtió, durante esos días heroicos, miles de lempiras en bombas lacrimógenas, en gas mostaza y en indignidad de los uniformados, eternamente entrenados para reprimir al pueblo y no para defender la soberanía nacional. El balance es que hay varias decenas que sacrificaron sus vidas en defensa de estos ideales. El primero en caer fue Isis Obed Murillo, en al aeropuerto, cuando el pueblo se manifestaba para dar la bienvenida al Mel Zelaya, quien intentó volver a su patria, objetivo que no logró porque los militares, que le tienen terror al liderazgo de Zelaya y a la voluntad popular, invadieron con sus tanques y sus fusiles la pista de aterrizaje.
El retorno de Zelaya a la patria está matizado de muchísimas esperanzas para el pueblo: que la justicia ponga tras las rejas a los responsables de la ruptura de la legalidad constitucional, que sean enjuiciados quienes apuntaron sus armas para asesinar a los ciudadanos que protestaron en contra del golpe y en defensa de su derecho a exigir cambios a favor de las grandes mayorías desposeídas, que se refunde el país en base a una nueva carta magna que permita la amplia participación de todos los ciudadanos en todas las decisiones que se tomen a nivel nacional, departamental, municipal y de barrio, es decir: que se entregue al pueblo la opción e decidir su destino, como dueño de la soberanía nacional; la eliminación del ejército nacional y el traspaso de los recursos que ahora consumen a los rubros de educación y salud; el fortalecimiento de los sistema de salud y de educación con acceso igualitario a ellos para todos los ciudadanos del país, la reorientación de la policía para que cuide a la ciudadanía y persiga a los criminales; la explotación racional de los recursos naturales del país con participación de las comunidades en donde se encuentran estos, el rescate de las empresas estatales para fortalecer las finanzas del Estado y las posibilidades de que su aparato pueda responder a las expectativas de una vida mejor para todos los habitantes de esta patria morazánica, y mucho más.
Todos estos ideales, todas estas esperanzas desfilarán en el ánimo y en el sentimiento de cada uno de los hondureños que este 28 de junio estarán frente al aeropuerto de Tegucigalpa para dar la bienvenida a José Manuel Zelaya Rosales, convertido en el comandante de las grandes aspiraciones nacionales. Él sabe la gran responsabilidad que le ha asignado la historia y el pueblo de Honduras, él sabe de las esperanzas que le han confiado otros pueblos sometidos del mundo, él sabe que no puede fallar porque ahora su voluntad es, ni más ni menos, la voluntad del pueblo hondureño que, por fin, quiere ser libre de verdad. La oligarquía que no esconda la cabeza, que no lo ignore, porque ahora las cosas van en serio.
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